Nuestra comunidad merece más. Por eso votaré por el One Herald Guild

Por Linda Robertson — Periodista del Miami Herald desde el 1983

Por crecer en Miami durante los tumultuosos 1970s y los 1980s de protestas, mis héroes eran Muhammad Ali, Billie Jean King Joni Mitchell y los periodistas del Miami Herald. Me convertí en periodista gracias al Miami Herald.

 Cuando el Herald me ofreció un trabajo al salir de la universidad, regresé a casa, emocionada por comenzar a escribir para el periódico que en ese momento era el más cool en todo el país. ¡Azúcar!

 Mi intención nunca fue quedarme, tenía un plan de mudarme al New York Times que realmente funcionaba a la perfección. Pero aquí estoy, 36 años más tarde, todavía contando las historias de Miami. 

 ¿Por qué? Porque reportar en Miami y cubrir su reparto de personajes es adictivo.

 Cuando me contrataron, no existía South Beach; era la Sala De Espera de Dios. Los rincones donde se fumaba crack estaban donde ahora las torres de los condominios besan el cielo. Y desde el edificio del Herald frente al mar, alguna vez pudiste haber visto un cuerpo sin vida flotando en la bahía.

Llegué a estar en la misma redacción con reporteros y editores estrellas (incluyendo dos que cubrieron mis logros cuando hacía atletismo en la escuela superior.) Como decía Edna Buchanan, “Miami: es un asesinato.” Qué sueño.

Comencé a cubrir juegos de fútbol americano de escuela superior, donde me confundían con una chica que repartía agua y entregaba historias desde el teléfono público al lado de un 7-Eleven, que compartía con traficantes de drogas locales.

Cambié de deportes a noticias, regresé a deportes y me convertí en columnista. En el Miami Herald, como dice Carl Hiaasen, nunca se te acaba el material.  Los mariscales de campo jugando intercepciones o un hombre desnudo tirándole una cabeza sin cuerpo a un policía (quien lo tiró de vuelta.) Hurricanes y huracanes. Los Heat, del tipo de LeBron, y el calor de verdad, del tipo del calentamiento global. Fui a pescar con el ex-entrenador Jimmy Johnson -- y con el miembro de la pandilla de motocicletas Outlaw, “Dirty Dick” brainard (no fue hasta que cubrí su juicio de RICO que aprendí que fue en esa misma embarcación donde los Outlaws arrastraron a una señora mayor que utilizaron como carnada de tiburones).

 Como dice Dave Barry, no me estoy inventando esto.

Pude perseguir al engañoso Lance Armstrong en los Alpes franceses y a Tonya Harding por la pista de hielo. Fui a Cuba y entrevisté a los atletas preciados de Fidel en sus apartamentos durante los apagones. Entrevisté a la comprometida de Sean Taylor quien describió la sangre saliendo de la herida abierta que lo mató. Entrevisté al líder de la oposición Boris Nemtsov en Moscú sobre la corrupción y el sabotaje de las pruebas de dopaje en las olimpiadas de Sochi; poco después lo asesinaron en la Plaza Roja. Le gané en un juego a Serena Williams (mi pareja era Venus.)

Copas Mundiales, Wimbledon, Final Fours, finales de la NBA, Super Bowls, Soul Bowls, Orange Bowls, 12 juegos olímpicos. Gimnastas anoréxicas y linieros obesos. Donald Trump el golfista que me mostró Mar-A-Lago, Donald Trump el vencedor en una noche de elecciones surreal. Ah, y entrevisté a Ali y a King.

Me sentí que quedarme en el Herald era una decisión poco convencional. Y me casé con el reportero del Herald Andres Viglucci y esa trama a lo Tracy Hepburn me pareció romántica. Pero principalmente porque creía que mis historias podían hacer la diferencia aquí, donde crecí, en una ciudad sin comparación, en un lugar que adoro y que odio -- y que probablemente puedo atravesar con los ojos cerrados.

Trabajamos fuerte. Él cubría a Elian, el niño cubano que llegó a Miami en una balsa, mientras que yo cubría a El Duque, el lanzador cubano que desertó a Miami de camino a convertirse un Yankee ganador de la Serie Mundial. Escribió sobre fraude electoral, papeletas dañadas, el puente defectuoso de la Universidad Internacional de la Florida; yo escribía sobre jugadores de fútbol americano con cerebros dañados, vecindarios desapareciendo y pavos reales proliferantes. Él ganó Pulitzers, mi trabajo se convirtió en antologías y juntos le hemos dedicado 70 años de nuestras vidas al Herald. Un dos por uno.

 Por ser parte del 99 por ciento, somos reemplazables. Nos decimos que cualquier día nos puede caer la guillotina. Cuando mi trabajo fue uno de esos que eliminaron durante la “masacre de Navidades” hace unos años, aún me dolió.

 Yo era una de pocas mujeres columnistas de deportes en la industria y antes teníamos uno de los departamentos de deportes más creativos y diversos del mundo. Nada de eso importó.

 Sólo soy una de miles de periodistas cuyos trabajos han desaparecido, que se han sacrificado en el altar de la avaricia corporativa. Despedirse de nuestros colegas talentosos y queridos es deprimente e indignante.

 La gangrena es difícil de soportar. Ya hemos perdido tres cuartos de nuestro personal y 90 por ciento de nuestra circulación. Entre lo que hemos perdido: Tropic Magazine, oficinas  extranjeras, una sección de perfiles robusta, oportunidades de crecimiento.

 Estoy agradecida de que yo y algunos de mis colegas cuyo trabajos fueron eliminados en ese ciclo de cortes pudieron transferirse a otros puestos en el Herald, aunque con reducciones de salarios dolorosas de 33 por ciento. De vuelta en el mundo de noticias, pude crear un área de cobertura que encapsula mi relación de amor y de odio con Miami.

Pero una parte de mí añora el Herald que cubría esta ciudad como el sudor que cubría la piel de Dwayne Wade en tiempo extra. Otra parte se arrepiente de haberse quedado.

Sí, el negocio del periodismo está en descenso, luchando por un renacer. Pero ese descenso se ha acelerado por los planes miópicos de nuestra gerencia, malas decisiones de personal y estrategias inexplicables, como cuotas por clicks. En vez de alcanzar metas de presupuesto que es cada vez más pequeño con decisiones listas y justas, McClatchy, nuestra compañía matriz, lo ha hecho sobre las espaldas de sus empleados con una matemática arbitraria, con ciclos continuos de despidos. Han intentado re-diseñar, re-organizar y reinventar, en vez de invertir en sus empleados y sus recursos. A su vez, han aislado a sus periodistas y abandonado a su audiencia.

Con poca paga, poca apreciación y subutilizados, los periodistas del Miami Herald han decidido crear un sindicato. Queremos que el Miami Herald cree un recurso sostenible e indispensable de noticias. Tenemos que juntarnos para asegurarnos de que el Herald sea una publicación donde periodistas talentosos quieran crear sus carreras.

Es hora de deshacernos del menosprecio en nuestra sala de redacción e implementar el respeto, los salarios equitativos, la diversidad, la licencia parental, las protecciones del trabajo, las indemnizaciones por los despidos y los aumentos de sueldos que muchos no han visto hace años. Es hora de que tengamos una voz en las decisiones que impactan nuestras vidas y nuestra comunidad.

Nos estamos uniendo a un movimiento que está revitalizando a las redacciones desde Nueva York hasta Los Angeles. Porque el buen periodismo es más importante que nunca y toma buenos periodistas para cubrir gobierno, crimen, educación, negocios, salud y el ambiente. Queremos darle a nuestros lectores locales lo mejor de nosotros, que es lo que se merecen.

Apoyen nuestra pasión por Miami y su gente. Apóyennos a nosotros. Apoyen a One Herald Guild.

Caitlin Ostroff